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La sociedad del ruido: desinformación, polarización y pérdida de memoria

  • Foto del escritor: Triana García Tomás
    Triana García Tomás
  • hace 6 días
  • 4 Min. de lectura

Artículo de sociología escrito por Triana García Tomás


1. La era de la desinformación

El siglo XXI ha transformado radicalmente nuestra relación con el conocimiento. Internet, los dispositivos móviles, las redes sociales… han convertido la información en un flujo constante e inagotable. Los jóvenes, nacidos y habiendo crecido en este entorno digital, son tanto consumidores como creadores de este contenido: informarse, opinar y compartir en estos canales forma parte de su día a día. Sin embargo, esta democratización del acceso a la información tiene efectos paradójicos: una mayor cantidad de información, una menor

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capacidad de pensamiento crítico.


La lógica de las plataformas digitales ha priorizado la inmediatez y la viralidad sobre la precisión y la veracidad. Los algoritmos premian aquello que genera más atención, en lugar de lo más veraz. Así, la forma en la que consumimos información se ha vuelto más rápida y superficial: leemos titulares, vemos vídeos de 15 segundos o publicaciones que llaman a la emoción compitiendo por nuestra atención en poco tiempo. Este exceso constante crea la sensación de que estamos bien informados, de que lo conocemos todo sobre todo, aunque realmente pocas veces llegamos a conocer en profundidad.  


Esta nueva forma de consumir información no solo transforma nuestros hábitos comunicativos, sino que también nuestra manera de pensar y de comprender la realidad. La sobreexposición a contenidos constantes ha generado un tipo de conocimiento fragmentado, más basado en la inmediatez que en la reflexión. La velocidad con la que la información circula deja poco espacio para su análisis, debilitando la capacidad crítica de una generación que, efectivamente, tiene más acceso a datos que nunca.

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Además, todo esto trae consigo una sensación de agotamiento y desorientación. Entre miles de noticias, opiniones y publicaciones, resulta cada vez más difícil distinguir lo relevante de lo superficial, dando lugar a un fenómeno llamado infoxicación. Cuando el ruido es constante, las voces más simples o extremas son las que logran hacerse oír.


En este contexto, la sociedad digital se enfrenta a un desafío que va más allá de lo tecnológico: aprender a gestionar la información sin que sea esta quien nos domine a nosotros. Entre los jóvenes, el reto consiste en desarrollar habilidades críticas que nos permitan navegar entre el exceso de estímulos, construir un criterio propio,  recuperar el valor de la atención y la reflexión.


2. Infoxificación: del cansancio mental al extremismo digital.

La sobreabundancia de información ha dado lugar a un fenómeno cada vez más reconocido: la infoxicación, un estado de saturación mental causado por el exceso de estímulos informativos. Enfrentándonos a tal cantidad de datos, información, noticias… los jóvenes experimentamos una sensación de fatiga informativa. Esta saturación no solo nos afecta a la capacidad de concentración, sino también al modo en el que construimos nuestras opiniones e interpretamos la realidad. Cuando todo parece urgente, impactante y relevante, resulta difícil jerarquizar la información y distinguir entre lo importante y lo irrelevante.



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Toda esta confusión genera un fácil terreno para la manipulación y la desinformación, especialmente en las redes sociales, donde los mensajes cortos, simples y emocionales triunfan sobre los mensajes complejos, largos y con necesidad de análisis. Es en este contexto donde los discursos extremistas encuentran un espacio ideal para colarse en nuestras opiniones: prometen certezas inmediatas en medio del caos, respuestas fáciles a problemas complejos.


El impacto de esta dinámica en la política es profundo. Se está perdiendo la confianza en los medios de comunicación tradicionales y en las instituciones democráticas, abriendo paso a un escepticismo generalizado.  Cuando la verdad se ve cada vez más disuelta y toda opinión cuenta por igual, los hechos pierden peso frente a las narrativas emocionales. Los algoritmos amplifican esta tendencia a reforzar nuestras creencias previas, creando burbujas ideológicas donde solo circula la información que afirma nuestras opiniones. En este ambiente cerrado, el diálogo se sustituye por el enfrentamiento, y la política se transforma en un espectáculo de indignación constante.


Sin todo este contexto, es imposible entender el auge de los populismos y de los discursos extremistas, que cada vez corren más y más rápido por internet, llegando y calando su mensaje en los jóvenes. Estos movimientos simplifican hasta los problemas más complejos, ya sean económicos, migratorios o identitarios, logrando captar la atención al ofrecer una sensación de claridad y pertenencia frente a todo el caos informativo. Como hemos podido ver en los últimos meses, las redes sociales, con su lógica de viralidad, convierten el malestar en contenido y la frustración en ideología. Así, el debate público se empobrece y se fragmenta mientras los matices desaparecen bajo la presión de los mensajes breves y las emociones inmediatas.


En este entorno donde se privilegia lo instantáneo y lo efímero, los acontecimientos del pasado se desdibujan rápidamente, dejando perder la memoria histórica. Las nuevas generaciones crecen expuestas a un flujo de información tan constante que apenas deja espacio para la reflexión o la comprensión del contexto histórico.

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La historia se reduce a fragmentos, citas descontextualizadas o comparaciones simplistas que empobrecen la comprensión del pasado. Sin memoria, la sociedad se vuelve más vulnerable a los discursos revisionistas y a la manipulación política: se debilita el sentido crítico, y con ello, la capacidad de defender todos los derechos conquistados durante la historia.




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